La tremenda dentellada moral que supuso nuestra guerra civil -obertura, a modo de preludio, de la desgarradora segunda guerra mundial- y después, los cuarenta años de dictadura está tardando mucho en cicatrizar.
Se ha regenerado la superficie, las apariencias, el paisaje y el paisanaje, pero permanecen escondidos en el subconsciente colectivo los traumas que la "puta miseria" dejó. Uno de ellos, el más insidioso, es el acomplejamiento congénito del ciudadano español. Franco, lejos de fomentarlo, consiguió anular por completo el orgullo patriótico y el sentimiento de unidad de los españoles. Todos los cambios políticos habidos en la transición y en nuestros días pueden ser entendidos como reacción tendente a liberarse de ese complejo de inferioridad, de culpa, por ser como éramos: atrasados, ignorantes, supersticiosos, sumisos y pendencieros.
La izquierda no ha superado aún esta fase. Su pretendida pose progresista-martillo-de-los-fachas, en realidad era una reacción alérgica exagerada al franquismo, y por lo tanto, herencia directa de éste. Siempre diré, que el mayor testimonio vivo del Franquismo en España, es hoy, la ETA. Presa de este trance inconsciente, la mayoría de políticos debilitaron el sentimiento de unidad, de hermanamiento, que antaño fue comun en los españoles. Por la puerta de atrás se les colaron otros sentimientos identitarios, que más por novedosos que por progresistas, vinieron a reemplazar al primero, abandonado por el colectivo de ciudadanos por ser un icono del que se apoderó el franquismo. Ahora, estos recidivos nacionalismos secesionistas están cobrando cada vez más auge, conquistando el terreno emocional que la izquierda y gran parte de la derecha abandonaron irresponsablemente.
Y esas corrientes políticas, aprovechan la más minima oportunidad para hincar sus cuñas en el bloque nacional, humedeciéndolas con el monopolio de los símbolos y la educación. Uno de las estrategias nacionalistas que más éxito les reporta es la apuesta europea. Pretenden diluir la identidad nacional española en el caldero europeo, para zafarse del pérfido opresor y así poder blindar despues sus fronteras y marcos identitarios. Este, y no otro, es el objetivo de iniciativas como la Europa de las Regiones: una marmita hirviendo, cocinada por Jordi Pujol, a la que se lanzaron de cabeza todos los tontainas autonomos de los dos grandes partidos, creyendo que era su oportunidad de medrar. El arquetipo paradigmático de esto es Jaume Matas, ex-presidente autoexiliado de las Islas Baleares, que fue uno de sus principales valedores. El nacionalismo secesionista está practicando una política de hechos consumados, con la aquiescencia irresponsable del "nuevo socialismo" liderado por Zapatero.
Aún estamos a tiempo de poner freno a esta insensatez. Ésa es parte fundamental del contenido de nuestro programa político nacional, que abreviadamente puede resumirse en lo siguiente: rescate de las competencias columnares, vertebradoras del estado: interior, educación, sanidad y Justicia. Junto con una reforma y regeneración democrática profundas en aspectos como la ley electoral, la constitución y los derechos y deberes de los españoles. Reforzar el estado, rehacerlo para entregarselo a los ciudadanos en condiciones de igualdad y fomentado el progreso. Y de este modo, recobrar la densidad, la masa específica necesaria para poder ser una voz cantante en el seno de la Unión Europea. La atomización nacional en un enjambre de estados-libres-asociados no puede jamás ofrecer las garantías de defensa de nuestros intereses (y junto a estos los derechos y libertades de los españoles e, indirectamente, del resto de ciudadanos europeos).
Esta primera parte de nuestro lema electoral, obviamente, no viene escrita en el programa Europeo de UPyD, viene eso sí, descrita en el programa político, en el manifiesto fundacional, en los estatutos y las múltiples ponencias políticas que alumbramos.
Y sale vivo
Hace 12 horas
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